Normalmente no suelo escribir este tipo de entradas, pero no me cabe en un tweet, y llevo una semana encerrada en casa sin oportunidad de poder contárselo a nadie, por lo que he decidido escribirlo.
Estamos en fiestas, Navidad, concretamente. Son fechas que se pasan en familia. Por motivos que desconozco, y que no estoy segura de que quiera conocer, desde hace unos años, mi familia no se reúne en estas fechas. Estamos desperdigados, cada uno por su lado, excepto mis abuelos, que siempre pasan las fiestas en mi casa.
El año pasado no pudo ser así. Mi abuela se cayó y se rompió el brazo, la mañana de nochebuena, y pasó las fiestas ingresada y manteniendo reposo. Por cosas como esta, año tras año, pienso que las Navidades no traen nada bueno. Afortunadamente, se recuperó, pero perdió movilidad en el brazo, apenas lo podía levantar.
Aunque ahora parezca imposible, esta es historia tiene un final feliz, tener paciencia.
Este año, con mi abuela recuperada, mis abuelos pasaron la noche de fin de año en mi casa. Os parecerá una tontería, pero para mí, eso significa mucho. Cuando llegaron las doce, llegó el momento de brindar, y dar besos y abrazos. Y mi abuela me abrazó, levantó su brazo y lo puso sobre mis hombros. Hasta que no vi su sonrisa no fui consciente de lo que acababa de hacer, de lo que lo echaba de menos. Y en ese momento, simplemente, fui feliz, porque mi abuela podía volver a abrazarme, a mi, y a mi hermana, y a sus hijos, a su familia. A pesar de que los médicos la dijeron que no podría, ella consiguió volver a hacerlo.
"Yo ya soy feliz, porque el año nuevo me ha traído lo que yo más quería".