Asomarme a la ventana y ver aquel puente verde, Jacques Cartier o algo así, junto a la fábrica de cerveza.
Los atardeceres en aquella terraza.
El parque de al lado de casa nevado, y bajar las cuestas con el trineo, y patinar en el lago.
Recoger la propaganda de los sábados.
Cobrar 5 céntimos por cada botella reciclada.
Los frapuccinos al salir de clase y las escapadas al centro comercial en la comida.
Las tortitas con sirope de arce para desayunar.
Coger la ruta larga para volver a casa.
Los 40 bajo cero y las mil capas de ropa para no morir congelada.
Hasta las malditas monedas con los osos polares.
Ya han pasado cinco años y lo recuerdo como si hubiera vuelto ayer. Supongo que en el fondo siempre seré un poquito de allí. Supongo que una pequeña parte de mi nunca quiso volver y otra gran parte de mi necesita volver.
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